El
sueño empieza con sueño, a las 5:15AM del Miércoles 29 de Julio suena el
despertador con el que dejamos atrás la pesadilla de los últimos días y
empezamos a llevar al terreno real las ilusiones soñadas.
Sobre
las 6 de la mañana ya estamos todos en el coche y damos comienzo a un viaje de
más de 1300Km que nos ha de llevar hasta el pueblo de Allemond en el que nos
alojaremos junto a Maite y Sergio.
Del
viaje, poco que contar, mi cabeza es una mezcla de recuerdos de los últimos
días, de ilusión por lo que se me viene encima y de trabajo mental para
prepararme para esto último. No me resulta fácil ya que no acabo de encontrar
de nuevo la tensión que fui perdiendo poco a poco cuando durante unos días me
vi fuera.
Resulta
realmente curioso ver cómo funciona la mente y lo decisiva que resulta para
encaminar hacia un lado u otro las cosas que nos van pasando. Siempre he sido
un defensor de los estados mentales, en el sentido de que su control decidirá
en gran medida lo que nos pase, o al menos cómo nos afecta lo que nos pase. Mi
cabeza dejó a un lado la parte deportiva del viaje y noto perfectamente que me
cuesta mucho el volver a centrarme en ello. Pronto cedo el volante y mientras
descanso, visualizo de nuevo cada metro del reto que me espera, intentando
despertar al gato de mi estómago. Ese viejo conocido de las grandes citas, que
perezoso se niega a aparecer esta vez.
Me
repito una y otra vez, que estoy camino de Francia, que vamos al corazón de los
Alpes para disputar uno de los grandes triatlones a nivel europeo, una de las
pruebas deportivas más duras y sin duda espectaculares que alguien puede afrontar,
y ahí voy yo, alguien que hace no mucho ni siquiera se podría plantear algo
así. Estos pensamientos deberían bastar para que tuviese una “crisis nerviosa”,
pero nada, incluso así sigo tranquilo y, ahora a toro pasado, pienso que
totalmente inconsciente.
Tras
algo más de 13 horas de viaje totales, llegamos a Allemond y, siguiendo las
indicaciones de nuestros amigos, nos dirigimos a la Cruz de Hierro (otro mítico
puerto del Tour con cuya sola mención mi piel se pone de gallina) y reconozco
tras pasar una presa, un embalse que el sábado pasado vi mientras pasaba la
carrera desde una toma del helicóptero. La verdad es que pensaba que “nuestro
lago” estaba en otra dirección, pero al ver la alfombra azul, las boyas ya colocadas
y la zona de boxes, caigo en la cuenta que allí, en esas oscuras aguas, iba a
empezar mi reto.
Aún
sin ser un estado de nervios grande, ahí ya el gato se despereza y empiezo a
darme cuenta de que realmente estamos allí, que realmente lo vamos a hacer.
La
casa se encuentra a unos 4/5 km del inicio de puerto y por tanto de la zona de
salida lo que, como os contaré más adelante, fue una ventaja sin duda decisiva.
Llegamos agotados, pero felices y emocionados de por fin estar allí.
La
velada es corta por el cansancio acumulado, pero me sirve para junto a Sergio,
ir visualizando lo que nos espera. Cuando llegamos, justo al bajar del coche,
Sergio llegaba de hacer su último entrenamiento. Subía corriendo por la pedazo
de rampa en la que estaba la casa y recuerdo que me dijo “tu plan ponía 45
minutos con fartlek, así que yo…por el libro”, ja,ja,ja, aparte de la envidia
que me dio el darme cuenta de que mis últimos días habían sido un caos tanto a
nivel de entrenos como de alimentación, recuerdo que también tuve esa sensación
de “responsabilidad” por haber liado a este buen amigo en una aventura de la
que poco sabíamos. Lo que estaba claro, es que tanto Sergio como yo, nos la
habíamos tomado muy en serio y habíamos puesto todo de nuestra parte para
rematarlo con una sonrisa.
Nos
cuentan que por allí no hay un metro llano, que el ambiente ciclista que se
respira es increíble y que a todas horas (como luego podríamos comprobar)
pasaban ciclistas de todo tipo, desde el más pro que subía cebado, hasta la sexagenaria
pareja que subían tranquilamente con una sonrisa y un saludo en los labios.
Me
voy a la cama acariciando ya al gatito que se ha hecho evidente en mi estómago
y que me recuerda sensaciones de otras citas. Cruzo algunos whatsapp con los
más cercanos, sobre todo con mi hermano Bau, ese “compañero entrenador médico psicólogo
amigo” con el que sin duda este año he volcado más cantidad de mensajes sobre
estados de ánimo, entrenos buenos, entrenos malos, dudas etc… Tal vez hayamos
entrenado menos juntos que otros años, pero ahí quedarán esas travesías
Perlora-Candás, esas salidas en bici en las que sin duda destaca la
Lieres-Laviana pasando la Collada de Arnicio en un día que quedará para el
recuerdo o ¿cómo no? ese triatlón olímpico de As Pontes que compartimos con tan
buenos resultados para ambos.
Fiel
a mi filosofía de lograr esto con “cervezas y cachopos”, lo mejor de entrenar
con Bau es que sabes que después no va a faltar la parte lúdica y la
rehidratación completa. Tal vez no sea el compañero ideal de entrenos de
alguien que aspire a buscarse en las primeras hojas de las clasificaciones,
pero para mí, que solo aspiro a aparecer en esas clasificaciones y, mientras me
busco en ellas, en mi cara se dibuje una sonrisa recordado lo bien que me lo
pasé, mientras me esforzaba por alcanzar la meta, sin duda Bau es el compañero
perfecto. El sabe bien todo lo que le agradezco el estar ahí, y sabe bien que
sin su apoyo estas cosas no serían tan sencillas.
Apago
el móvil y con la agradable sensación de que parte del objetivo ya se ha
cumplido estando allí, me duermo para soñar con algo que pronto podría hacer
realidad.
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