Esto
no va a ser una crónica al uso, sino que voy a intentar generar un relato de
esta experiencia con un enfoque distinto, más ambicioso, más a largo plazo. Un
recorrido a través de un triatlón, pero que recoja a su vez pensamientos,
emociones, recuerdos y vivencias que espero completen una lectura entretenida,
que consiga no solo constituir un recuerdo de algo ya grabado a fuego en mí,
sino tambien trasladar a aquel que lo lea, a un mundo tan real como soñado y
tan cierto como imaginado.
Podría
empezar en cualquier momento del camino, tal vez en 2011 cuando en un arrebato
impulsivo, decidí que iba a hacer el triatlon del Santa Olaya en Gijón, tal vez
ya cuando con una medalla de ironman decorando mi salón, decido apuntarme al
triatlón de AlpedHuez, buscando dar un paso más en una vida lanzada en una
única dirección, hacia adelante!.
Teniendo
claro que el hilo conductor de mis palabras ha de ser la décima edición del
triatlon de AlpedHuez, el arranque creo que debo situarlo en el viernes 23 de
Julio, sobre las dos de la tarde, cuando mi móvil suena y al descolgar Leti me
dice "mi madre se ha caído, creen que se ha roto la cadera, la llevan al
hospital". Las maletas están hechas y todo está dispuesto para que en unas
horas nuestras vacaciones den comienzo, y para que al día siguiente bien
temprano, arrancáramos hacia los Alpes franceses.
El
silencio de los breves segundos en los que no reacciono es eterno, es duro, es
injusto. Por mi cabeza pasan tantas cosas en tan poco tiempo, que no acierto ni
siquiera a identificarlas. Son fogonazos que me paralizan y de los que no saco
respuestas. Acierto a decirle que esté tranquila, y poco más.
Cuando
cuelgo, se me viene el mundo encima. Por un lado, mi parte más egoísta no puede
evitar pensar que me voy a quedar sin correr el triatlón que ha sido el
objetivo de los últimos diez meses. Por otro, pienso en que la historia se
repite para Leti, y que no es justo. No es justo que de nuevo la vida le golpee
así, cuando parecía que podría disfrutar de un poco de tranquilidad.
Estoy
solo en casa y no reacciono. Hace un minuto era una persona feliz, cargada de
ilusiones y con ganas de devorar las horas de trabajo que me separaban de las
vacaciones, y ahora soy alguien desorientado, al que le cuesta pensar con
claridad, y que no puede poner en orden sus emociones. En esos minutos, no hay
pensamientos, solo emociones. Emociones intensas que me hacen llorar, sin que sea
capaz de controlarlas.
Son solo unos minutos, pero se me hacen eternos. Pronto empiezo a pensar y a organizar, la vuelvo a llamar más calmado. Yo recogeré a los niños, me los llevaré al trabajo y luego ya veremos. Trato de quitarle cualquier trabajo que no sea estar con su madre e ir pasando el trago.
Son solo unos minutos, pero se me hacen eternos. Pronto empiezo a pensar y a organizar, la vuelvo a llamar más calmado. Yo recogeré a los niños, me los llevaré al trabajo y luego ya veremos. Trato de quitarle cualquier trabajo que no sea estar con su madre e ir pasando el trago.
De
esa angustiosa tarde, me quedo con un cruce de “whatsapps” en el que Leti me
insiste en que le está dando mil vueltas al tema de nuestro viaje y “nuestro”
(porque al final sin duda no es algo mío) triatlón. Mi respuesta se simplifica
a través de la frialdad del teclado del móvil, ya que en un cara a cara me
hubiese costado mucho controlar mi enorme decepción. “No le des muchas
cielo…nuestro sitio está aquí…y no hay más”.
A
pesar de que esa frase me sale de dentro, que la escribo con el alma en la yema
de los dedos, no puedo evitar sentir un enorme vacío y una inmensa sensación de
lo que nos está pasando es injusto. No puedo evitarlo, por más que intento
pensar que como había dicho hacía unos días “la meta ya estaba hecha”, no soy
capaz de animarme y me cuesta infinito digerir la noticia.
Los
días siguientes son difíciles, pero son una buena prueba de los grandes amigos
que tenemos. Todo son apoyos y ánimos y en ningún momento nos sentimos solos.
El
sábado toca pasar un momento duro, me obligo a ver la etapa definitiva del Tour
de Francia con final en AlpedHuez. Una tortura voluntaria a la que me someto y
que la presencia de Milín (que en un gesto que agradezco se acerca hasta mi
casa para estar con nosotros) hace un poco más llevadera. Veo los paisajes por
los que soñé pedalear y una a una, las curvas que tantas veces visualicé. Es
duro, no lo voy a negar, pero a esas alturas ya parece que la decepción está
asumida y controlada. Incluso ya reviso el calendario y fijo como objetivo el
“Desafío Islas Cíes” que será en Septiembre.
Después
cojo la bici y, manteniendo lo fijado en el plan, me voy hasta Gijón por La
Collada de atrás, subiendo parte de La Fumarea, después en La Madera me vuelven
a entrar ganas de llorar. Voy subiendo entre 18 y 20 Km/h y mi pulso no se va
más allá de las 165ppm. Realmente habíamos llegado a ese punto de forma óptimo,
estábamos justo donde queríamos estar y no podré disfrutarlo, se hace duro de
nuevo. Bajo La Madera, nueva subidita por Muñó y arranco la subida a Muncó con
ganas de reventar. Subo a tope, me fuerzo, jadeo, voy realmente “cabreado” y justo
al llegar arriba me vibra la espalda, el móvil!. Paro y lo cojo, es Susana la
que sufre el “momentazo”.
Ni
siquiera saludo y el exabrupto se debe oír en un kilómetro a la redonda. Hay
confianza suficiente y necesito soltarlo. Necesito desahogar y a fe que lo
hago. Para eso están los amigos y tanto Susana primero, como Nico después se
prestan a ese apoyo moral que tanto necesito. Desde ahí, ya más tranquilo,
vuelvo a casa y al llegar no puedo evitar mirar a Leti y decirle “es increíble
como ando!”, ahí lo dejamos.
El
Domingo me voy con los niños a Llanes. Por un lado debemos seguir con nuestra
vida, por otro Leti necesita tiempo para “descansar” y estar tranquila y, por
último, en Llanes de nuevo unos buenos amigos están ahí para animar. En el
coche empiezo a madurar la idea de ir sin la familia y solo para correr el tri.
La inscripción está pagada, el alojamiento está resuelto y si encontrara a
alguien que hiciese el viaje conmigo (14h de coche solo no son asumibles), tal
vez pudiese organizar algo.
Ya
antes había tanteado las opciones con los de más confianza. Como es normal, la
gente tiene sus vacaciones cerradas y al ser días laborables, no hay opciones
de que me acompañe nadie. Lo pruebo con Huerta y a su vez, Bau me propone la
alternativa de que sea Dani, mi ahijado, el que me acompañe. Tiene carnet desde
hace casi un año y su disponibilidad es total. Tras alguna que otra
negociación, se confirma, esperaremos noticias el lunes, pero de una mala, esa
opción queda consolidada como válida. Iré a AlpedHuez!!.
Me
resulta increíble aquí ser totalmente consciente de mis sensaciones ante lo que
sería la prueba deportiva en sí. Durante las últimas semanas, han ido
apareciendo los nervios, las dudas, la inseguridad, la tensión. Tras lo vivido
estos dos días, eso desaparece por completo, no tengo ninguna duda de que
acabaré el triatlón, tengo clarísimo que en estas circunstancias es una
“obligación” el hacerlo pero, lejos de sentir presión, lo que siento es una
tranquilidad absoluta. Cierto que la emoción está ahí, pero el resultado y la
meta han pasado a un segundo plano. Me he dado cuenta de que todo es relativo y
que cuando uno da algo por hecho y de repente, lo ve muy lejano, todo se enfoca
de otro modo, todo cambia.
De
vez en cuando, pienso que es necesario que algo trastoque nuestra planificación
para hacernos evolucionar. Pueden ser enormes maremotos o pequeñas olas, pero
todo aquello que nos obliga a “cambiar el paso”, a reaccionar, a evolucionar y
¿por qué no? a crecer, es algo que nos obliga a estar vivos y eso pienso que
siempre es positivo.
Me
acuesto el Domingo con una mezcla de sensaciones. Por un lado, feliz porque he
encontrado el modo de no fallar a mi gran cita, pero por otro preocupado y
triste por tener que hacerlo de esta manera. No puedo dejar de pensar en que
dejaré a Leti sola, en que si operan a su madre y algo sale mal, estaré lejos.
La verdad es que esa parte de mis pensamientos no me gusta y hace que no me
sienta bien. Tampoco puedo desahogar con ella, ya que no solo está ya saturada,
sino que no quiero en ningún momento poner sobre la mesa la opción de que “algo
salga mal”.
El
lunes toca hospital y espera de noticias. No es algo fácil, pero son cosas que
hay que hacer y de la mejor manera posible. Pasa el día sin que tengamos la
certeza de si habrá operación o no. Comemos los cuatro juntos, intentamos
mantener la normalidad y “disfrutar” de nuestras vacaciones.
Martes,
nueva visita al hospital, esta vez con la ayuda de mi hermana que nos ha
liberado de los peques ejerciendo una vez más de niñera. Viene el médico y nos
explica que la situación no empuja a operar y que lo mejor sería no hacerlo y
que por tanto, le dará el alta para que vuelva a la residencia y allí se vaya
viendo su evolución por si en un futuro se pudiese plantear la operación. Por
tanto, esa misma mañana puede ir a la residencia sin más.
Mientras
nos lo está diciendo, soy plenamente consciente de lo que eso significa. No
quiero ser egoísta, ni quiero condicionar en ningún momento las emociones de
Leti, pero se por lo que hemos hablado, que al día siguiente nos iremos, nos
iremos todos juntos e iniciaremos las vacaciones con las que hemos soñado. No
es el lugar para celebrar nada, pero por dentro todo yo soy una celebración,
dadas las circunstancias que nos han llevado hasta este momento, podemos decir
que “todo ha salido bien!”.
Me
abrazo con Leti y siento que ella también está aliviada y viendo un poco de
luz. Necesita, y mucho, estas vacaciones. Además, el hecho de que ese misma día
podamos dejar a su madre en la residencia ya instalada, también nos da a todos
un plus de tranquilidad para poder pensar solo en el descanso.
Esa
tarde organizamos todo lo que ya habíamos desorganizado, preparamos los
equipajes, las bicis, cargamos el coche, dejamos a Kona en la residencia y por
fin, nos acostamos con el despertador puesto para las 5:15AM. El sueño sigue su
curso!!!!
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