De Vigo nos trajimos un montón de
trofeos. David y Sara las medallas de finishers que el propio Javier Gómez Noya
les colgó del cuello tras acabar sus respectivos aquatlones. Leti, el trofeo
como tercera de su categoría en la carrera de 7Km y yo, con mi medalla de
finisher del Triatlón media distancia del Desafío Islas Cíes.
De Vigo nos trajimos un montón de
premios. La compañía y complicidad de Javi y su familia, gente con la que en
muy poco tiempo alcanzas esa confianza que te proporciona una especie de
comodidad que solo puedes calificar como placentera. La experiencia,
trasladable a los niños, de ver a un mega crack como Gómez Noya, atendernos con
una sencillez y humildad dignas de elogio y, cómo no, la posibilidad de
disfrutar de DEPORTE en familia, viviendo todos los retos de todos, y
celebrando todos los logros de todos.
Hecha esta inevitable reflexión,
no sé si afrontar esta entrada como una crónica al uso, o centrarme en lo que
significó a nivel personal, la superación de esta prueba. Pienso que puedo
combinar ambas cosas, aunque sin duda saldrá rara, porque asociar una carrera a
un futuro (ya presente) no es fácil, con lo que es posible que al final de
estas líneas, ni siquiera yo entienda lo que escribí, pero…lo vamos a intentar.
Los previos del tri de Cíes no
han sido fáciles. Esta prueba no entraba en mis planes, y solo me inscribí tras
el abandono de Vitoria. Lo hice para evitar una desconexión excesiva, para
mantenerme fiel a este deporte que me gusta y que me ayuda a, sin más, vivir.
Un pequeño descanso de entrenos,
y arranco un plan de entreno “autodidacta” de ocho semanas. En esas ocho
semanas, las dos de vacaciones. Consigo cumplir, con pequeñas adaptaciones, con
el plan, y llego a Cíes con sensaciones de fortaleza física y una presión
emocional muy intensa. Aún sabiendo que esto no es más que un juego, en Cíes
proyecté mi vida futura y en Cíes puse en indicador de “si o no” a una futura
conciliación.
Si bien durante esas semanas
previas, ya hubo mucho cambio y adaptación, para coordinar los entrenos con mis
nuevas responsabilidades laborales, los días previos a la competición, rizaron
el rizo. El Martes y Jueves tuve sendos viajes a Barcelona y Madrid, horarios
infinitos y cansancio acumulado y, con eso, el viernes de tarde las cuatro
horas de viaje a Vigo para competir a las 8:30 del Sábado.
Como digo, no es más que un juego
pero, ¿podría jugar?. La posibilidad de un nuevo abandono me aterraba, ya que
de ser así, pienso que no me quedaría otra que rebajar mis ambiciones
deportivas y, dejar de soñar en grande.
Con todo esto de fiesta en mi
cabeza, nos plantamos en Vigo para disfrutar de un fin de semana completo con
amigos y deporte. Como llegamos tarde, nos vamos directamente a recoger los
dorsales y dejar la bici en boxes. Se puede hacer al día siguiente, pero nos
será mucho más cómodo así. Con el tiempo justo, pero sin agobios, cubrimos el
trámite y nos vamos para el hotel dejando a “la niña” bien tapada y en su sitio
hasta el día siguiente.
La cena, aunque cansados, fue un
auténtico placer. Cuando conoces bien a una persona, no hay muchas opciones a
la sorpresa al conocer a su familia. Javi no es una excepción. Al igual que él,
su familia es sencilla, abierta y natural. En muchas ocasiones hemos comentado
nuestra parecida forma de ver el deporte (salvando las evidentes distancias de
nivel) y creo que esa visión se extiende más allá de ese deporte, y pasa
directamente al estilo de vida.
Decidido a testar si puedo
disfrutar de este deporte viviendo la que es mi vida, ceno una pizza con una
maravillosa jarra de cerveza (allí al cañón de toda la vida lo llaman “bock”) y
disfruto un montón de una relajada charla.
De ahí a registrarse al hotel y,
algo más tarde de lo debido, a intentar dormir. No lo hago mal a pesar del
catarro y del ruido de la calle. Cuando uno está agotado, se duerme.
Casi una hora antes de lo
previsto me despierto y disfruto un poco de un tenso descanso antes de, a las
seis, ponerme en marcha.
He quedado a las 6:15 con Javi en
el vestíbulo donde, en un detallazo del hotel , nos han preparado un desayuno
de lujo con todo lo que podemos necesitar (pan, embutido, queso, fruta, zumo,
café…) y aunque con un poco de retraso, enseguida baja Javi. Juntos nos ayudamos
a calmar los nervios (que alguno hay) y comentamos todos los tópicos de estos
momentos, que si no hay ganas, que si que hago yo aquí, que si por un pelo ni
salgo…en fin, historias que se repiten y que cuando compartes ayudan a que uno
mismo esté más tranquilo.
A nivel personal estoy muy
enchufado. Hay nervios, pero hay ganas. Siempre dije que esto no era una
venganza pero, a quién voy a engañar?, este año iba para ironman y fallé. No
puedo permitirme algo igual. No sé cómo responderá un cuerpo un tanto castigado,
pero no tengo dudas de que hoy la cabeza no falla.
Vamos a la salida en el coche de
Javi. Llegamos aún de noche y, mochilas en ristre, entramos en el box al ritual
de dejarlo todo listo. A mi lado un nervioso debutante me ayuda a calmarme, ya
que me pregunta varias cosas a las que encantado contesto. No hay nada mejor
que ver a alguien nervioso a tu lado para tranquilizarte. Con el trámite
cumplido, nos acercamos a la playa.
En ese momento la vista es
mágica. Están colocando una línea continua de boyas pequeñitas ¡¡con luz!! que
delimitan por completo el triángulo de 950m al que daremos dos vueltas. La
verdad es que es una imagen espectacular, tanto, que me da pena pensar que
cuando salgamos a las 8:30 ya será de día y no lo disfrutaremos así.
De manera muy rápida, el tiempo
pasa y pronto nos encontramos en la playa ya enfundados en el neopreno. Las
salidas son escalonadas por grupos de edad y, como ya “pa mayores que vamos”,
salimos en la última tanda.
Momento muy emotivo para mí. Miro
al mar y pienso que ahí lo tengo, el reto, el desafío, la oportunidad de
demostrarme a mí mismo que sigo pudiendo, que es más difícil pero que estoy
hecho para retos difíciles. Podré con éste y con más.
Nudo en la garganta que, en la
confianza que me da Javi, no sujeto y dejo salir. Un rápido abrazo y una larga
inspiración y todo en orden para dirigirnos al “cajón” de salida.
La música de Piratas del Caribe
pone banda sonora a cada salida, aportando si cabe aún más emoción. Javi y yo
nos deseamos suerte por última vez y, con el sonido de la bocina, nos vamos
corriendo al mar.
No somos muchos en este grupo con
lo que la natación es tranquila. Algún que otro toque pero sin problema. Mi
arranque es espectacular, voy como un obús y me noto cómodo. Tanto es así que
al llegar a la primera boya, echo un vistazo y no veo más de cinco gorros por
delante. Recuerdo perfectamente el pensamiento de ¿cómo ye oh???...ja,ja,ja…a
ver si yo voy por el lado equivocado!!!. La verdad es que hasta ahí iba en
fuera borda y encontrándome genial. Sigo apretando y avanzando.
Salida a playa, vistazo atrás
para ver que en el agua quedan muchos gorros y de nuevo a la lucha. En esta
segunda vuelta aflojo un pelín, pero mantengo un muy buen ritmo y salgo del
agua con unas sensaciones estupendas.
No lo había dicho antes, creo,
pero por primera vez desde que compito, había tomado la simbólica decisión de
no usar el reloj en toda la competición. Sé que no me resultará fácil, pero es
una más de las metáforas de este triatlón. Llegada la hora de la verdad el
reloj debe quedar de lado y hay que disfrutar tanto del trabajo bien hecho,
aunque en ocasiones sea un Domingo a las ocho de la tarde, como de un triatlón
sin importar si los ritmos son los esperados o no. La verdad es que fue un
éxito rotundo y, aunque en carrera muchas veces me acordé de el reloj o del
cuenta en la bici, al final disfruté como quería.
La transición es larga, mucho, y
en ella bromeo con un compañero diciéndole si han cambiado el orden y nos toca
ahora la media maratón. Llegando a mi bici, veo que Javi está justo detrás de
mí…¡¡que bestia!!. Se que he nadado fuerte (los datos lo confirmaron ya que
marqué el parcial 84 de 226 finishers en el agua) y me alegra ver que Javi lo
ha hecho de lujo en la única disciplina donde pueden quedarle dudas de su
nivelazo. Mientras me calzo pasa a mi lado y nos animamos.
En el trote por la playa he
podido saludar a los niños y justo en la salida del box los vuelvo a ver junto
a Leti. Les digo que voy muy bien y, con una gran sonrisa, me subo en la bici a
por los 88 kilómetros.
La salida es una fuerte rampa que
me obliga a meter el plato pequeño y que me provoca un cierto nerviosismo, se
suponía que esto era llano y si hay que hacer esta subidita cuatro veces… Por
suerte, esta rampa quedaba fuera de las vueltas y solo la haría de nuevo en la
bajada de regreso al box.
La bici es bastante llana y no se
quita el plato grande en ningún momento. Ruedo acoplado más del 80% y en
ocasiones, si no lo hago, es solo para proteger un poco la espalda. Al poco de
pasar el primer avituallamiento (km 11 más menos), ya me pasa Javi, con el que
luego me iría saludando y animando en cada uno de los cruces. A pesar de que
cada cruce es un poco antes, me motiva ver que estoy en muy buen ritmo y
constantemente me repito “vas muy bien, éste es tu ritmo fino y así aguantarás
y disfrutarás”.
Cambio de posición varias veces
con una chica a la que animo y me anima y, poco a poco, van cayendo las vueltas
y los kilómetros. El recorrido es muy bonito en algunos tramos, con preciosas
vistas sobre unas Cíes que la niebla envuelve, dando una magia especial a ese
entorno ya mágico de por sí.
Durante el recorrido, tomo el par
de geles según lo previsto, bebo bastante agua y como un par de trozos de
plátano que unos animosos voluntarios nos dan en el punto de avituallamiento.
Mención especial los críos de los avituallamientos que no paraban de bromear y
de animarnos, así como una chica en mitad del recorrido que tampoco paró ni un
minuto. Por supuesto, para ésta (y también para los del avituallamiento) tuve palabras
de agradecimiento en la última vuelta.
Y ya estamos afrontando los
últimos 10Km. Se que voy a llegar, se que lo voy a hacer muy entero y, aunque
no tengo ni idea de mi media, tengo la sensación de que voy bien. En este
último tramo no solo he adelantado al último clasificado, si no que me cruzo
con mucha gente a la que le saco tiempo. No me importa mi puesto si disfruto,
pero cuando te notas bien y eres consciente de que vas bien…disfrutas más!!.
Al llegar a la transición, allí
está Leti gritándome como una loca. ¡¡Qué mujer!! Tranquila chica, que ya sé
que voy bien y haremos lo que se pueda!!. Se lo digo y mientras corro al box,
David corre a mi lado preguntándome que tal voy, le digo que bien y que me lo
estoy pasando en grande.
Hago una transición rápida y
salgo a correr. Durante gran parte de la bici, mi cabeza ha estado machacando
la idea de que estoy (o estaba hace muy poco) preparado para hacer el doble de
esta distancia, con lo que la fuerza mental y la seguridad de hacerlo bien son
muy grandes. El arranque de vuelta es en subida, pero la verdad es que tengo
una sensación de ligereza tremenda y, marcando un ritmo muy controlado, me dejo
ir.
Dejo que mi cabeza se libere de
presión y, sin intención, me encuentro pensando que la carrera será a cinco
vueltas en vez de a tres. Empiezo a pensar que cuando ya esté volviendo para acabar,
e llevaré una sorpresa si en realidad cuento con que me quedan dos vueltas. Es
obvio que el engaño no funciona (je,je) pero me entretengo un buen rato y casi
sin darme cuenta alcanzo el punto de giro y el avituallamiento. No me paro,
bebo un poco de agua y sigo a lo mío.
Buen trabajo de voluntarios y público.
Esto no es Zarautz, pero tampoco corres nunca solo y más o menos animosos,
siempre tienes alguien a tu alrededor. Completo la primera vuelta muy fácil y
se lo digo a Leti (en respuesta a su cara de asombro y su comentario ¡¡vas como
una moto!!). Es verdad que hasta ahora no he sufrido nada y estoy justo cómo
quería estar.
Segunda vuelta, esa que suele ser
la clave. En la tercera ya uno tira de ganas de acabar y de “efecto meta”, pero
si pinchas antes del ecuador las cosas se pueden poner feas. Mientras bajo la
rampa dura (el circuito es de ida y vuelta), veo como Javi la empieza a subir y
alucino con el ritmo que lleva…absolutamente bestial!!. Chocamos la mano, nos
animamos…y automáticamente pienso que me va a doblar en esa misma vuelta.
No me importaría en absoluto,
incluso pienso que sería bonito correr un poco juntos, aunque también hago el
cálculo mental…..y decido que no podría aguantarle ni 100m!.
En esa vuelta sigo cómodo. Si el
ritmo baja es porque en el avituallamiento me paro a tomar el último gel, a
beber bastante agua y a refrescarme con ella. No hace mucho calor, pero para
que yo lo note no hacen falta treinta grados.
Vuelvo a subir la rampa vuelvo al giro. Ya veo que Javi no me va a
doblar. Leti y los niños están a mi izquierda unos 50 metros pasado el
avituallamiento que se encuentra en el carril contrario. Yo debo hacer unos 200
metros, girar y volver por ese lado. Le digo a los niños que vayan al final del
avituallamiento y me esperen allí que “quiero hablar con vosotros”.
La verdad es que no es algo que
trajera previsto, ni que tan siquiera pensara hace tiempo, es algo que me sale
sobre la marcha al verlos allí. Para mí, este triatlón es algo más que una
prueba deportiva y en ese momento lo quiero transmitir a mis hijos (serán cosas
de la edad).
Cojo una botella de agua y dos
trozos de naranja y me acerco a ellos caminando. Me sorprende cuando David me
dice “¿te vas a rendir?”. Me descoloca, porque no usa un “abandonas” o “lo
dejas” o “no puedes más”. Dice “¿te vas a RENDIR?”.
Le digo un nooooo muy grande. Les
digo que estoy cansado pero que vamos a hacer un trato. Yo hago la vuelta sin
pararme y ellos se portarán bien. No sé muy bien por qué hago esta tontería.
Nunca me había parado a “charlar” en carrera, pero me apetecía y lo disfruto.
Ni siquiera se si aceptan el trato o no, les doy un abrazo, un beso a Leti y
arranco a por la última vuelta. ¡¡Voy a acabar!!.
No llevo mucho recorrido, cuando
identifico al volador de Javi. Me pego a mi derecha y levanto la mano para
que me vea. Le pego un grito de ánimo (estoy seguro de que está en sus tiempos
soñados, y además va fresco) y con su “campeón!, vas fenomenal!!” sigo
corriendo.
En el paso por el
avituallamiento, falto en parte a mi promesa porque me paro un poco. Lo hago no
obligado por el cansancio, sino para agradecer uno por uno a todos los
voluntarios sus ánimos y ayuda. Veo sus caras de agradecimiento y satisfacción
por mis palabras y eso me llena.
Los últimos kilómetros los hago
con el mismo ritmo. Sé que puedo apretar, pero me gusta este ritmo, me gusta la
relativa comodidad que me aporta, y me gusta la sensación de constancia. Solo
lo altero cuando, al final de la rampa, adelanto a un chaval que va caminando y
que al animarle, se une a mí. El tío empieza a tirar y yo con él. De hecho,
vamos hablando y creo que en un momento que yo ya jadeo un poco, el afloja
(gracias hombre!!) y así cubrimos los últimos metros.
Veo a los míos, y a Javi que está
con ellos, a mi derecha y con una felicidad intensa, lo celebro y cruzo la meta.
Lo he logrado, he disfrutado
entrenando sin presión, he disfrutado de cada cerveza, he disfrutado (aunque
esto ha costado) viendo cómo la báscula no atendía a mis súplicas, he asumido
que mi trabajo marcará mis horarios y que, a pesar de eso, se puede seguir
soñando.
No puedo negar que me he quitado
un peso de encima y que me he reforzado mucho a nivel mental con esto. Sigo
pensando que un ironman es una locura y que el camino que en breve iniciaré
(una vez más) tal vez solo sea apto para locos, pero ¿Cuándo se puede ser tan
feliz…importa tanto la cordura?
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Casi seguro que mi "legión de locos" seguirán junto a mi en nuestro camino. |